El trayecto continuó con un viaje hacia la cuna del imperio inca: Cusco. Pureza. Tradición, historia y mucha mística recubren la ciudad. Calles angostas, recovecos, largas galerías de estilo renacentista y casas de un típico estilo colonial son algunos de los rasgos mas salientes.
El centro, con reminiscencias puramente españolas, alberga dos enormes iglesias con grandes portones de madera y potentes campanas que suenan respetando el mandato del dios sol. Desde la misma plaza de armas donde se encuentran estas gigantescas obras religiosas asentadas sobre construcciones incas también se pueden observar una admirable cantidad de casas con balcones de madera y espaciosas galerías terminadas en arco. Estas, posiblemente habitadas por personalidades de la aristocracia virreinal hoy solo son agencias de turismo, bares y restaurantes. El paso del tiempo genera estos cambios y es imposible frenarlos.
Sentado en un característico banco de plaza comencé a desarrollar mis ideas, intentando describir la foto de lugar recibí compañía de varias personas que cansadas se sentaban a mi lado. Increíblemente todas, intentaban curiosear con disimulo mis escrituras.
Dos campanadas que dieron la media hora fueron el detonante que me hizo continuar con el recorrido.
Mi próxima visita fue el convento de Santo Domingo, asentado sobre un antiguo templo inca. Allí comprendí con un claro ejemplo como el poderoso imperio español había saqueado y destruido la civilización inca en busca de metales. La colonización fue una cruel excusa para robar las riquezas de los indígenas. Esta ambición llevo a la corona ibérica a aplastar casi un siglo de una cultura avanzada en todos los ámbitos.
La destrucción no solo fue mediante la violencia, si no mediante lo que yo llamo “culturización”, cosa que tan bien hacen los americanos, que consta en modificar lentamente las costumbres religiosas y sociales sin utilizar la violencia pero produciendo un importante lavaje de cerebro. En esto fue fundamental la participación de la iglesia católica.
Así las tradiciones incaicas, cayeron en manos de una institución que supuestamente llevaba la bandera de Cristo, Dios y la Virgen Maria, pero que mataba, chantajeaba y destruía todo lo que encontraba a su paso. Nunca se ha escuchado que se deban conquistar almas en nombre de Dios.
Inexplicablemente la espada y las mentiras triunfaron.
Nuevamente en la plaza, acomodé todos mis sentidos para continuar con algunas reflexiones. Apenas pude escribir algunas palabras cuando una vendedora de marcadas raíces indígenas interrumpió para vender algunas de sus artesanías. Sin embargo lo que podía haber sido una venta termino en una enriquecedora conversación.
La señora Eulalia, como se presentó, comenzó explicando como realizaba sus manufacturas, pero luego manifestó los inconvenientes que sufría para venderlos debido a las restricciones a las que estaba sometida por el poder municipal. Con sinceridad y tristeza expresaba su disconformidad ante las grandes empresas textiles que explotaban a los artesanos como ella, comprando sus trabajos a bajo costo.
Mientras nuestra charla continuaba con ímpetu, otra señora de menor edad, también vendedora, se sumó a nuestro charla. Nancy, de pelo corto y rasgos mestizos, también mostraba su enojo contra las grandes industrias textiles. Hablaba con velocidad, mostrando ser una persona ansiosa. Llevaba unos sweaters de alta calidad que habrían demandado tiempo y esfuerzo. “Todo natural” repetía Nancy para convencerme de las bondades de su producto.
El tiempo pasaba y el dialogo continuaba con un interesante intercambio de experiencias, cada uno contando la realidad de su país. Todo se daba con naturalidad. Esto genero que la señora Eulalia, vestida con ropa tradicional, se abriera a contarnos sobre la vida de su familia. Con orgullo mencionaba a sus cuatro hijos, todos recibidos de carreras universitarias. Un medico, un licenciado en turismo y un ingeniero. El último se perdió en algún lugar de mi memoria.
Eulalia se ponía seria cuando hablamos de la educación. Para ella era fundamental el estudio ya que esto fomentaba el desarrollo del pensamiento en los jóvenes. “Si no estudiamos, no pensamos para votar” afirmó. Con sorpresa mire y asentí con la cabeza.
Mas tarde ambas mencionaron con algo de resignación la corrupción que existía en la política local. Negocios turbios, malversación de fondos y grupos poderosos sometiendo a los pobres. Más de lo mismo. Tanta similitud que creí estar hablando con algún argentino. Entre todos estos parecidos, estaban las madres de la leche, algo así como las manzaneras en argentina, que son las encargadas de distribuir la canasta familiar, pero por supuesto las entregan de acuerdo a su conveniencia. Clara demostración de que sufrimos los mismos males.
Nancy y Eulalia hablaban con tristeza y una especie de sentida resignación sobre estas cuestiones, pero luego comenzaron a indagar sobre nuestro país. Con sorpresa reaccionaron ante mis dichos: “En Argentina hay muchos pobres” y “Los políticos son iguales en todo Sudamérica”. Quizás la imagen de potencia que tiene Argentina en estas latitudes en un tanto exagerada. Esto generado por la idea de que Buenos Aires es lo único que hay en el país.
Finalmente ambas saludaron con un apretón de manos y un “adiós señor Enrique”. Mi enriquecedora y fructífera charla con dos personajes autóctonos que sufren el día a día en las calles me impulso a continuar con la búsqueda de más contactos con la gente local.
Al llegar a San Blas, un barrio con angostos callejones y casas coloniales percibí otra realidad. Cafés, hoteles, joyerías y comercios de alta calidad con precios superlativos. Silencio en abundancia, limpieza extrema y aires de tranquilidad. Sin embargo no era lo que quería observar, a pesar de su belleza, si no que buscaba algo más cercano y no tan turístico.
Continué mi recorrido hasta llegar a San Cristóbal. Sentado en un banco mientras recobraba fuerzas, una banda con variados instrumentos, banderas y flores, irrumpió por una de las calles. Rápidamente los alcancé y camine junto a ellos. Una importante cantidad de músicos e instrumentos de viento y percusión acompañaban a la procesión hacia la iglesia de San Antonio. Al llegar al templo me separé de la banda y acomode mi cuerpo en un lugar con una privilegiada vista aérea al centro de la ciudad.
Sentado en la explanada de la iglesia de San Antonio volví a tomar la lapicera para dejar sentadas algunas impresiones. La vista aérea de Cusco era una hermosa inspiración y el silencio un perfecto compañero. Mientras continuaba con mi relato una vendedora se acercó con un bolso lleno de sweaters. Agradecí su ofrecimiento y sin dudar comencé a indagar sobre el imperio incaico. Mi curiosidad sobre este tema sumado a las ganas de entablar una conversación con una persona del lugar fue mi principal motivación.
Haydee, la vendedora, conocía con detalles la historia del Tahuantinsuyo, nombre original que le daban los incas al imperio. Así fue que el primer comentario que realizo fue una cómica descripción de la anatomía de los hombres incas. “Eran feos, con una nariz grande y muy robustos” comento con una sonrisa picara. Luego explico como se dio la ejecución de Tupac Amaru a manos de los españoles, en la Plaza de Armas de Cusco. Según la leyenda, como explicaba Haydee, el llanto de Tupac Amarú se oyó en Machu Picchu y debido a eso una de las calles que circunda la plaza se llama Huaykapata que significa “lugar del llanto”.
Antes de retirarse para continuar con su trabajo preguntó como era Argentina y luego hecho a caminar con su bolsón lleno de ropa.
El 17 de enero me vio levantar ansioso y expectante: comenzaba el camino a Machu Picchu.
El sol todavía no calentaba cuando un colectivo me transporto hacia un minúsculo poblado plagado de vegetación y superpoblado de insectos denominado Santa Maria. Para llegar hasta allí, recorrimos el valle sagrado, lugar predilecto de los incas y paso obligado para llegar a la ciudadela de Machu Picchu. En ese trayecto se pueden divisar ciudades que fueron importantes reductos militares de los incas, como Ollantaytambo o Pisaq. Todo conservado con rigurosidad.
La breve estadía en Santa Maria, se debió a que rápidamente conseguí un transporte para trasladarme a la siguiente ciudad, al otro lado de la montaña, llamada Santa Teresa. Un peligroso camino de cornisa fue el obstáculo a sortear para encontrar el pueblo.
El lugar se encuentra rodeado de cuatro enormes cerros y no tiene más de cinco cuadras de largo y tres de ancho. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, la calidez de la gente hizo que pase gratos momentos.
La noche anterior a la llegada al gran objetivo del viaje, esa maravilla llamada Machu Picchu, no logre dormir con comodidad. Posiblemente la ansiedad por cumplir un sueño más fue el culpable. No todos los días uno se despierta sabiendo que va a conocer, recorrer y disfrutar una de las maravillas del mundo moderno.
Apenas si había luz natural cuando mediante un extraño pero eficaz método cruce el río Urubamba. Una pequeña canasta sostenida por un cable de acero en el cual la misma de deslizaba cuando se tiraba de la soga.
Sorteado ese obstáculo, me esperaba una caminata de dos horas, bajo la lluvia, que me llevaría hasta la vía del tren. En ese trayecto pude recorrer los más increíbles paisajes. Poderosas caídas de agua y ríos furiosos acompañados por altas montañas con intensa vegetación en sus laderas.
La caminata sobre la vía, ya con fuertes rayos del sol, fue ardua debido a las piedras que molestaban el andar. A medida que avanzaba me sentía más lejos de llegar aunque mis fuerzas estaban intactas, el objetivo debía cumplirse.
Mas de tres horas de marcha sobre los rieles me dejaron en un viejo depósito en el cual un hombre me explico que cruzando un puente, que estaba a la vista, me encontraría con las escaleras que me llevarían a Machu Picchu.
La subida por estrechas y empinadas escalinatas era la última prueba por superar. La sed, el hambre y el cansancio ya se hacían sentir. Sin embargo unas pequeñas cascadas de agua pura y helada renovaron mi cuerpo.
Al recorrer los últimos escalones, luego de una hora y media de subida, una sensación inexplicable invadió mi ser. La sacrificada caminata había finalizado, Machu Picchu estaba a mis pies. A partir de ese momento solo era gozar de la perfecta maravilla construida por el imperio indígena mas acabado en Sudamérica.
La ciudad es una increíble obra arquitectónica en la cima de una montaña. Funcional, cómoda, accesible para ellos e inaccesible para sus enemigos. Cada espacio esta logrado con un perfecto sentido de la geometría, con un sentido específico y en el lugar mas adecuado.
Desde las ruinas se puede observar el magnifico Wayna Picchu o ciudad nueva que con una altura importante vigila las ruinas desde el cielo. A pesar de su belleza, no logre acceder, pero indudablemente otro esfuerzo para llegar allí hubiera sido devastador.
Luego de una breve comida me senté a admirar el lugar en el que estaba sentado. A pesar de ello, uno no llega a comprender realmente en donde esta hasta que no se ve retratado en una imagen con un fondo maravilloso y ese es el momento en que grandeza del lugar toma real dimensión en nuestras mentes.
Antes de retirarme recorrí los últimos lugares que me faltaban conocer: las colqas (depósitos de alimentos), la piedra ceremonial y las casas de los militares. Así concluyo un día de grandes emociones que no olvidare jamás y uno de esos día que esperaría que se repitan con asiduidad. La sensación de libertad, de paz y de placer es indescriptib.
El centro, con reminiscencias puramente españolas, alberga dos enormes iglesias con grandes portones de madera y potentes campanas que suenan respetando el mandato del dios sol. Desde la misma plaza de armas donde se encuentran estas gigantescas obras religiosas asentadas sobre construcciones incas también se pueden observar una admirable cantidad de casas con balcones de madera y espaciosas galerías terminadas en arco. Estas, posiblemente habitadas por personalidades de la aristocracia virreinal hoy solo son agencias de turismo, bares y restaurantes. El paso del tiempo genera estos cambios y es imposible frenarlos.
Sentado en un característico banco de plaza comencé a desarrollar mis ideas, intentando describir la foto de lugar recibí compañía de varias personas que cansadas se sentaban a mi lado. Increíblemente todas, intentaban curiosear con disimulo mis escrituras.
Dos campanadas que dieron la media hora fueron el detonante que me hizo continuar con el recorrido.
Mi próxima visita fue el convento de Santo Domingo, asentado sobre un antiguo templo inca. Allí comprendí con un claro ejemplo como el poderoso imperio español había saqueado y destruido la civilización inca en busca de metales. La colonización fue una cruel excusa para robar las riquezas de los indígenas. Esta ambición llevo a la corona ibérica a aplastar casi un siglo de una cultura avanzada en todos los ámbitos.
La destrucción no solo fue mediante la violencia, si no mediante lo que yo llamo “culturización”, cosa que tan bien hacen los americanos, que consta en modificar lentamente las costumbres religiosas y sociales sin utilizar la violencia pero produciendo un importante lavaje de cerebro. En esto fue fundamental la participación de la iglesia católica.
Así las tradiciones incaicas, cayeron en manos de una institución que supuestamente llevaba la bandera de Cristo, Dios y la Virgen Maria, pero que mataba, chantajeaba y destruía todo lo que encontraba a su paso. Nunca se ha escuchado que se deban conquistar almas en nombre de Dios.
Inexplicablemente la espada y las mentiras triunfaron.
Nuevamente en la plaza, acomodé todos mis sentidos para continuar con algunas reflexiones. Apenas pude escribir algunas palabras cuando una vendedora de marcadas raíces indígenas interrumpió para vender algunas de sus artesanías. Sin embargo lo que podía haber sido una venta termino en una enriquecedora conversación.
La señora Eulalia, como se presentó, comenzó explicando como realizaba sus manufacturas, pero luego manifestó los inconvenientes que sufría para venderlos debido a las restricciones a las que estaba sometida por el poder municipal. Con sinceridad y tristeza expresaba su disconformidad ante las grandes empresas textiles que explotaban a los artesanos como ella, comprando sus trabajos a bajo costo.
Mientras nuestra charla continuaba con ímpetu, otra señora de menor edad, también vendedora, se sumó a nuestro charla. Nancy, de pelo corto y rasgos mestizos, también mostraba su enojo contra las grandes industrias textiles. Hablaba con velocidad, mostrando ser una persona ansiosa. Llevaba unos sweaters de alta calidad que habrían demandado tiempo y esfuerzo. “Todo natural” repetía Nancy para convencerme de las bondades de su producto.
El tiempo pasaba y el dialogo continuaba con un interesante intercambio de experiencias, cada uno contando la realidad de su país. Todo se daba con naturalidad. Esto genero que la señora Eulalia, vestida con ropa tradicional, se abriera a contarnos sobre la vida de su familia. Con orgullo mencionaba a sus cuatro hijos, todos recibidos de carreras universitarias. Un medico, un licenciado en turismo y un ingeniero. El último se perdió en algún lugar de mi memoria.
Eulalia se ponía seria cuando hablamos de la educación. Para ella era fundamental el estudio ya que esto fomentaba el desarrollo del pensamiento en los jóvenes. “Si no estudiamos, no pensamos para votar” afirmó. Con sorpresa mire y asentí con la cabeza.
Mas tarde ambas mencionaron con algo de resignación la corrupción que existía en la política local. Negocios turbios, malversación de fondos y grupos poderosos sometiendo a los pobres. Más de lo mismo. Tanta similitud que creí estar hablando con algún argentino. Entre todos estos parecidos, estaban las madres de la leche, algo así como las manzaneras en argentina, que son las encargadas de distribuir la canasta familiar, pero por supuesto las entregan de acuerdo a su conveniencia. Clara demostración de que sufrimos los mismos males.
Nancy y Eulalia hablaban con tristeza y una especie de sentida resignación sobre estas cuestiones, pero luego comenzaron a indagar sobre nuestro país. Con sorpresa reaccionaron ante mis dichos: “En Argentina hay muchos pobres” y “Los políticos son iguales en todo Sudamérica”. Quizás la imagen de potencia que tiene Argentina en estas latitudes en un tanto exagerada. Esto generado por la idea de que Buenos Aires es lo único que hay en el país.
Finalmente ambas saludaron con un apretón de manos y un “adiós señor Enrique”. Mi enriquecedora y fructífera charla con dos personajes autóctonos que sufren el día a día en las calles me impulso a continuar con la búsqueda de más contactos con la gente local.
Al llegar a San Blas, un barrio con angostos callejones y casas coloniales percibí otra realidad. Cafés, hoteles, joyerías y comercios de alta calidad con precios superlativos. Silencio en abundancia, limpieza extrema y aires de tranquilidad. Sin embargo no era lo que quería observar, a pesar de su belleza, si no que buscaba algo más cercano y no tan turístico.
Continué mi recorrido hasta llegar a San Cristóbal. Sentado en un banco mientras recobraba fuerzas, una banda con variados instrumentos, banderas y flores, irrumpió por una de las calles. Rápidamente los alcancé y camine junto a ellos. Una importante cantidad de músicos e instrumentos de viento y percusión acompañaban a la procesión hacia la iglesia de San Antonio. Al llegar al templo me separé de la banda y acomode mi cuerpo en un lugar con una privilegiada vista aérea al centro de la ciudad.
Sentado en la explanada de la iglesia de San Antonio volví a tomar la lapicera para dejar sentadas algunas impresiones. La vista aérea de Cusco era una hermosa inspiración y el silencio un perfecto compañero. Mientras continuaba con mi relato una vendedora se acercó con un bolso lleno de sweaters. Agradecí su ofrecimiento y sin dudar comencé a indagar sobre el imperio incaico. Mi curiosidad sobre este tema sumado a las ganas de entablar una conversación con una persona del lugar fue mi principal motivación.
Haydee, la vendedora, conocía con detalles la historia del Tahuantinsuyo, nombre original que le daban los incas al imperio. Así fue que el primer comentario que realizo fue una cómica descripción de la anatomía de los hombres incas. “Eran feos, con una nariz grande y muy robustos” comento con una sonrisa picara. Luego explico como se dio la ejecución de Tupac Amaru a manos de los españoles, en la Plaza de Armas de Cusco. Según la leyenda, como explicaba Haydee, el llanto de Tupac Amarú se oyó en Machu Picchu y debido a eso una de las calles que circunda la plaza se llama Huaykapata que significa “lugar del llanto”.
Antes de retirarse para continuar con su trabajo preguntó como era Argentina y luego hecho a caminar con su bolsón lleno de ropa.
El 17 de enero me vio levantar ansioso y expectante: comenzaba el camino a Machu Picchu.
El sol todavía no calentaba cuando un colectivo me transporto hacia un minúsculo poblado plagado de vegetación y superpoblado de insectos denominado Santa Maria. Para llegar hasta allí, recorrimos el valle sagrado, lugar predilecto de los incas y paso obligado para llegar a la ciudadela de Machu Picchu. En ese trayecto se pueden divisar ciudades que fueron importantes reductos militares de los incas, como Ollantaytambo o Pisaq. Todo conservado con rigurosidad.
La breve estadía en Santa Maria, se debió a que rápidamente conseguí un transporte para trasladarme a la siguiente ciudad, al otro lado de la montaña, llamada Santa Teresa. Un peligroso camino de cornisa fue el obstáculo a sortear para encontrar el pueblo.
El lugar se encuentra rodeado de cuatro enormes cerros y no tiene más de cinco cuadras de largo y tres de ancho. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, la calidez de la gente hizo que pase gratos momentos.
La noche anterior a la llegada al gran objetivo del viaje, esa maravilla llamada Machu Picchu, no logre dormir con comodidad. Posiblemente la ansiedad por cumplir un sueño más fue el culpable. No todos los días uno se despierta sabiendo que va a conocer, recorrer y disfrutar una de las maravillas del mundo moderno.
Apenas si había luz natural cuando mediante un extraño pero eficaz método cruce el río Urubamba. Una pequeña canasta sostenida por un cable de acero en el cual la misma de deslizaba cuando se tiraba de la soga.
Sorteado ese obstáculo, me esperaba una caminata de dos horas, bajo la lluvia, que me llevaría hasta la vía del tren. En ese trayecto pude recorrer los más increíbles paisajes. Poderosas caídas de agua y ríos furiosos acompañados por altas montañas con intensa vegetación en sus laderas.
La caminata sobre la vía, ya con fuertes rayos del sol, fue ardua debido a las piedras que molestaban el andar. A medida que avanzaba me sentía más lejos de llegar aunque mis fuerzas estaban intactas, el objetivo debía cumplirse.
Mas de tres horas de marcha sobre los rieles me dejaron en un viejo depósito en el cual un hombre me explico que cruzando un puente, que estaba a la vista, me encontraría con las escaleras que me llevarían a Machu Picchu.
La subida por estrechas y empinadas escalinatas era la última prueba por superar. La sed, el hambre y el cansancio ya se hacían sentir. Sin embargo unas pequeñas cascadas de agua pura y helada renovaron mi cuerpo.
Al recorrer los últimos escalones, luego de una hora y media de subida, una sensación inexplicable invadió mi ser. La sacrificada caminata había finalizado, Machu Picchu estaba a mis pies. A partir de ese momento solo era gozar de la perfecta maravilla construida por el imperio indígena mas acabado en Sudamérica.
La ciudad es una increíble obra arquitectónica en la cima de una montaña. Funcional, cómoda, accesible para ellos e inaccesible para sus enemigos. Cada espacio esta logrado con un perfecto sentido de la geometría, con un sentido específico y en el lugar mas adecuado.
Desde las ruinas se puede observar el magnifico Wayna Picchu o ciudad nueva que con una altura importante vigila las ruinas desde el cielo. A pesar de su belleza, no logre acceder, pero indudablemente otro esfuerzo para llegar allí hubiera sido devastador.
Luego de una breve comida me senté a admirar el lugar en el que estaba sentado. A pesar de ello, uno no llega a comprender realmente en donde esta hasta que no se ve retratado en una imagen con un fondo maravilloso y ese es el momento en que grandeza del lugar toma real dimensión en nuestras mentes.
Antes de retirarme recorrí los últimos lugares que me faltaban conocer: las colqas (depósitos de alimentos), la piedra ceremonial y las casas de los militares. Así concluyo un día de grandes emociones que no olvidare jamás y uno de esos día que esperaría que se repitan con asiduidad. La sensación de libertad, de paz y de placer es indescriptib.
La vuelta de Machu Picchu por las vías del tren demandó siete largas horas de caminata sobre incomodas piedras. Al tiempo de trasladarse por ese camino el dolor en los pies se hacia sentir. Esto sumado a los trenes que pasaban frecuentemente haciendo que tenga que saltar al costado de los rieles. Con el paso del tiempo, las piernas tenían menos respuesta. El sol estaba en su plenitud absorbiendo mis energías y secando mi cuerpo lentamente.
Finalmente arribamos a Cusco, que nos esperaba con techos y calles de color blanco. Un fuerte granizo había dejado la ciudad tapada bajo un manto de piedras de considerable tamaño.
El día siguiente fue la partida de esa hermosa ciudad. Dejar Cusco fue un triste momento debido a todo lo vivido allí. La energía recibida y las ganas de seguir creciendo, conociendo e indagando fue alimentada por este mítico lugar. Sus calles, sus iglesias, sus casas, sus olores y sus sabores únicos generan algo así como un efecto de imantación.
No se si volveré, pero se que el recuerdo quedara guardado para siempre en mi memoria. Igual, algo en mi interior, como una premonición, me anuncia que algún día pisare tierras cusqueñas otra vez.
Un rápido viaje nocturno me dejó en Arequipa, “la ciudad blanca”, como la llaman en Perú. Esta urbe de un millón de habitantes se ubica al pie del volcán Misti. Al estar en una zona geológicamente inestable los temblores son participantes ocasionales en la vida de la gente.
Fundada en 1542, Arequipa parece ser una ciudad con mucha identidad y con una especial competencia con la gran capital: Lima. Es por ello que los arequipeños se sienten muy identificados con su ciudad, orgullosos de la tierra en que nacieron.
La plaza de armas, de características similares a la de Cusco, tiene grandes galerías terminadas en arcos ojivales. Allí, se puede percibir un constante movimiento, ya que la zona céntrica es donde se ubican gran parte de las oficinas públicas y privadas. También es claro este es un punto clave en el funcionamiento del país, ya que se encuentran diversas actividades, tanto económicas, debido a la gran cantidad de industrias, como políticas.
La mañana siguiente me encontró viajando nuevamente aunque ahora con un destino distinto a los acostumbrados. Se acababan las montañas, para darle la bienvenida a las playas del pacifico y mi esperado descanso.
El primer lugar visitado fue Camaná, un pequeño balneario al norte de Arequipa rodeado de enormes medanos. Esta playa, un tanto sucia y rustica, no me atrajo demasiado, tal vez por la espesa bruma que fluía en el aire y la baja temperatura del agua. Aun así pude disfrutar de un día puramente ocioso, sin caminatas, subidas por escalera y con abundante agua y comida.
Por la noche decidí dar un paseo por la costanera, que a esa altura parecía Londres por la intensa niebla que no dejaba ver ni el mar. Solo podía escuchar el resoplido marino.
Al día siguiente, nuevamente tome un colectivo. Esta vez un sinuoso camino de áridas y achatadas montañas me dejo en un exclusivo balneario donde veranea la clase alta arequipeña llamado Mejía. Allí encontré coloridas casas de madera con un estilo ingles, que en otro momento fueron construidas para alojar a los trabajadores del hoy desaparecido ferrocarril. El tiempo las transformó en recicladas casas de la elite peruana.
La limpieza y el orden abundan aquí. Eso transforma a este lugar en un espacio cómodo, calido y confortable. Todo logrado por los mismos habitantes que prefieren mantener la estructura sin hacer transformaciones que puedan modificar el estilo de vida conseguido.
Aquí no solo descanse y disfrute de las paradisíacas playas, si no que conocí gente amable que con un gran sentido de la hospitalidad me recibió como a uno más. Fui alojado en una casa, fui invitado a una fiesta en el club del pueblo y por supuesto, agasajado con diversos tragos y comidas típicas del sur peruano. Una experiencia muy interesante que me demostró que cuando la gente tiene los brazos abiertos no importa la bandera que uno tenga.
Con algo de tristeza, pero también de cansancio deje Mejía después de cinco inolvidables días, para encarar mi retorno.
Pasados los inolvidables días en Mejía emprendí mi regreso hacia Arequipa. Allí tuve que soportar una tediosa espera de cinco horas hasta encontrar un transporte para llegar a la frontera con Bolivia. Paciente, aguarde sentado en un incomodo banco mientras escuchaba música y miraba el intenso movimiento que se daba en la terminal.
Un trasbordo en Desaguadero, ciudad fronteriza con Bolivia, fue el paso previo para arribar a la caótica y bulliciosa capital boliviana. Como en todos los extensos trayectos que fui realizando pude dialogar con variados personajes. En este caso fue un brasilero, tres uruguayas y dos cordobesas los que intercambiaron historias conmigo.
En La Paz pude recorrer las ferias, caminar por el atestado centro de la ciudad y recobrar energías con un buen descanso. La “olla paceña”, ruidosa como de costumbre, me despidió con un día soleado. Ya en la terminal, tuve la fortuna de conseguir el último boleto hacia Villazón.
Como ya sabia de antemano, el viaje seria incomodo debido a la defectuosa carretera por la que transita el colectivo. Esto sumado a la precariedad del mismo y a que mis fuerzas ya no eran las mismas que hacia un mes atrás cuando había comenzado el viaje. Las dieciocho horas de duración terminaron de desgastarme completamente.
La frontera me esperaba como si fuera una especie de oasis con abundancias de todo tipo. Dispuesto a aprovechar todas las cosas que había extrañado durante ese mes entre a un restaurante con ansias de comer buena carne argentina. El mozo quiaqueño, miro asombrado con la expectativa que ordenaba mi pedido, como si jamás hubiera comido carne nacional.
Ese generoso almuerzo activo mis energías, por lo que decidí emprender un nuevo viaje aunque ahora dentro de mi país. La comodidad de estar en mi tierra me hizo sentir mas tranquilo, como que ya había superado la prueba más importante.
En pocos minutos desembarque en el pintoresco pueblo de Humauaca. Rodeado de cerros de poca altura, callejones empedrados y casas centenarias el pueblo parecía ordenado, limpio y silencioso.
La gente del lugar también fue motivo de análisis. Su paso cansino, afable y despreocupado sumado a la tranquilidad del lugar hicieron que cayera en un extenso descanso en una placita. Una especie de contagio transmitido por respirar ese aire. Por la noche sentado en la carpa, que en ese momento, era mi única separación con las estrellas medité larga y juiciosamente sobre la vuelta mi hogar luego de más de un mes fuera. Las opciones eran variadas. Volver, quedarme en Humauaca o emigrar hacia Tilcara o Iruya. Demasiadas posibilidades que analizar para mi agotado espíritu.
Algunas horas después, determiné que era hora de regresar. Ese fue un momento en el que debí tomar una medida clara, sin dudar de mi elección. Simplemente sentí que era la hora de regresar y no hay una palabra que explique la sensación. Fue una llamada invitándome a volver, a decir misión cumplida, a soñar con una hermosa vuelta y un caluroso hasta siempre.
El viaje de vuelta no me genero tristeza, nada de lagrimas, si no una sensación de que ese fue recién el comienzo de algo importante, el principio de un cambio, de una nueva manera de sentir la vida.
Emprendí el regreso con la mochila cargada de paz y templanza, valores que no abundan en un mundo plagado de ansiedad, caos e intolerancia, enriqueciendo mi espíritu de manera superlativa. Es incalculable el aprendizaje recibido durante toda la aventura por ello sentí que toda esa enseñanza puede continuar con el tiempo.
Hoy sentado en la confortable cama de mi hogar comprendo el valor de lo que uno tiene a disposición. Esa falta de necesidades básicas es la que me llevo a comprender todo lo que tenemos y no sabemos apreciar.
Los agradecimientos en este pequeño compendio de ideas podría ser de tantas hojas como palabras escritas aquí, pero solo voy a agradecer en general y este gracias es para todos los hermanos sudamericanos, desde Ushuaia hasta Venezuela. Es un reconocimiento a nuestra tierra, en donde he podido encontrar gente hospitalaria, sabia, calida y agradecida, demostrando que la posibilidad de un continente con tantas riquezas naturales y humanas puede resurgir como una gran potencia. Los 13000 km recorridos conviviendo con diferentes pueblos, razas, etnias y religiones fue la manera más perfecta de recorrer realidades distantes pero a la vez cercanas.
No terminare esta hoja de ruta diciéndoles todo lo que aprendí y sentí, solo puedo decirles que lo vivan ustedes mismos, que la sensación de conocer, aprehender, tolerar, escuchar y disfrutar un poco de uno mismo es algo mágico. Una gran cantidad de gente que cruzo mi camino en el viaje fue en busca de una introspección que con mucho esfuerzo he logrado conseguir y supongo que esas personas también lo han hecho con éxito. Esa búsqueda interior que todos deberían perseguir llega en un instante fundamental en mi vida y hoy puedo decir que me siento renovado, en paz conmigo mismo como con los demás.
En cuanto a la manera de armar este cuaderno de viaje, he optado por acomodar las experiencias de manera desordenada, sin una estructura, de alguna manera refleja la manera de sentir y vivir el viaje.
Con respecto al motivo de este cuaderno, quiero dejar en claro que este compendio ha sido escrito para ustedes y si por alguna razón comprenden o sienten un poco de lo que intente transmitir entonces me veré aun mas realizado. Lo hermoso de esto es que el que me lea pueda vivir el viaje a través de mis palabras.
Por ultimo quiero dejar una reflexión a manera de conclusión, con lo que he logrado tomar de mi experiencia recorriendo tierras andinas. Recuerden que la vida es hermosa, olviden lo malo, olviden lo mucho, recuerden lo poco y disfruten lo bueno; amen, toleren, comprendan, gocen, vivan!, que el camino puede estar lleno de aventuras. Estén preparados para todo, porque todo es posible; no renieguen, no griten, que con susurrar alcanza, no insulten que con explicar se puede. En fin, busquen la paz dentro suyo, búsquense, encuéntrense y verán que lindo es vivir.
Finalmente arribamos a Cusco, que nos esperaba con techos y calles de color blanco. Un fuerte granizo había dejado la ciudad tapada bajo un manto de piedras de considerable tamaño.
El día siguiente fue la partida de esa hermosa ciudad. Dejar Cusco fue un triste momento debido a todo lo vivido allí. La energía recibida y las ganas de seguir creciendo, conociendo e indagando fue alimentada por este mítico lugar. Sus calles, sus iglesias, sus casas, sus olores y sus sabores únicos generan algo así como un efecto de imantación.
No se si volveré, pero se que el recuerdo quedara guardado para siempre en mi memoria. Igual, algo en mi interior, como una premonición, me anuncia que algún día pisare tierras cusqueñas otra vez.
Un rápido viaje nocturno me dejó en Arequipa, “la ciudad blanca”, como la llaman en Perú. Esta urbe de un millón de habitantes se ubica al pie del volcán Misti. Al estar en una zona geológicamente inestable los temblores son participantes ocasionales en la vida de la gente.
Fundada en 1542, Arequipa parece ser una ciudad con mucha identidad y con una especial competencia con la gran capital: Lima. Es por ello que los arequipeños se sienten muy identificados con su ciudad, orgullosos de la tierra en que nacieron.
La plaza de armas, de características similares a la de Cusco, tiene grandes galerías terminadas en arcos ojivales. Allí, se puede percibir un constante movimiento, ya que la zona céntrica es donde se ubican gran parte de las oficinas públicas y privadas. También es claro este es un punto clave en el funcionamiento del país, ya que se encuentran diversas actividades, tanto económicas, debido a la gran cantidad de industrias, como políticas.
La mañana siguiente me encontró viajando nuevamente aunque ahora con un destino distinto a los acostumbrados. Se acababan las montañas, para darle la bienvenida a las playas del pacifico y mi esperado descanso.
El primer lugar visitado fue Camaná, un pequeño balneario al norte de Arequipa rodeado de enormes medanos. Esta playa, un tanto sucia y rustica, no me atrajo demasiado, tal vez por la espesa bruma que fluía en el aire y la baja temperatura del agua. Aun así pude disfrutar de un día puramente ocioso, sin caminatas, subidas por escalera y con abundante agua y comida.
Por la noche decidí dar un paseo por la costanera, que a esa altura parecía Londres por la intensa niebla que no dejaba ver ni el mar. Solo podía escuchar el resoplido marino.
Al día siguiente, nuevamente tome un colectivo. Esta vez un sinuoso camino de áridas y achatadas montañas me dejo en un exclusivo balneario donde veranea la clase alta arequipeña llamado Mejía. Allí encontré coloridas casas de madera con un estilo ingles, que en otro momento fueron construidas para alojar a los trabajadores del hoy desaparecido ferrocarril. El tiempo las transformó en recicladas casas de la elite peruana.
La limpieza y el orden abundan aquí. Eso transforma a este lugar en un espacio cómodo, calido y confortable. Todo logrado por los mismos habitantes que prefieren mantener la estructura sin hacer transformaciones que puedan modificar el estilo de vida conseguido.
Aquí no solo descanse y disfrute de las paradisíacas playas, si no que conocí gente amable que con un gran sentido de la hospitalidad me recibió como a uno más. Fui alojado en una casa, fui invitado a una fiesta en el club del pueblo y por supuesto, agasajado con diversos tragos y comidas típicas del sur peruano. Una experiencia muy interesante que me demostró que cuando la gente tiene los brazos abiertos no importa la bandera que uno tenga.
Con algo de tristeza, pero también de cansancio deje Mejía después de cinco inolvidables días, para encarar mi retorno.
Pasados los inolvidables días en Mejía emprendí mi regreso hacia Arequipa. Allí tuve que soportar una tediosa espera de cinco horas hasta encontrar un transporte para llegar a la frontera con Bolivia. Paciente, aguarde sentado en un incomodo banco mientras escuchaba música y miraba el intenso movimiento que se daba en la terminal.
Un trasbordo en Desaguadero, ciudad fronteriza con Bolivia, fue el paso previo para arribar a la caótica y bulliciosa capital boliviana. Como en todos los extensos trayectos que fui realizando pude dialogar con variados personajes. En este caso fue un brasilero, tres uruguayas y dos cordobesas los que intercambiaron historias conmigo.
En La Paz pude recorrer las ferias, caminar por el atestado centro de la ciudad y recobrar energías con un buen descanso. La “olla paceña”, ruidosa como de costumbre, me despidió con un día soleado. Ya en la terminal, tuve la fortuna de conseguir el último boleto hacia Villazón.
Como ya sabia de antemano, el viaje seria incomodo debido a la defectuosa carretera por la que transita el colectivo. Esto sumado a la precariedad del mismo y a que mis fuerzas ya no eran las mismas que hacia un mes atrás cuando había comenzado el viaje. Las dieciocho horas de duración terminaron de desgastarme completamente.
La frontera me esperaba como si fuera una especie de oasis con abundancias de todo tipo. Dispuesto a aprovechar todas las cosas que había extrañado durante ese mes entre a un restaurante con ansias de comer buena carne argentina. El mozo quiaqueño, miro asombrado con la expectativa que ordenaba mi pedido, como si jamás hubiera comido carne nacional.
Ese generoso almuerzo activo mis energías, por lo que decidí emprender un nuevo viaje aunque ahora dentro de mi país. La comodidad de estar en mi tierra me hizo sentir mas tranquilo, como que ya había superado la prueba más importante.
En pocos minutos desembarque en el pintoresco pueblo de Humauaca. Rodeado de cerros de poca altura, callejones empedrados y casas centenarias el pueblo parecía ordenado, limpio y silencioso.
La gente del lugar también fue motivo de análisis. Su paso cansino, afable y despreocupado sumado a la tranquilidad del lugar hicieron que cayera en un extenso descanso en una placita. Una especie de contagio transmitido por respirar ese aire. Por la noche sentado en la carpa, que en ese momento, era mi única separación con las estrellas medité larga y juiciosamente sobre la vuelta mi hogar luego de más de un mes fuera. Las opciones eran variadas. Volver, quedarme en Humauaca o emigrar hacia Tilcara o Iruya. Demasiadas posibilidades que analizar para mi agotado espíritu.
Algunas horas después, determiné que era hora de regresar. Ese fue un momento en el que debí tomar una medida clara, sin dudar de mi elección. Simplemente sentí que era la hora de regresar y no hay una palabra que explique la sensación. Fue una llamada invitándome a volver, a decir misión cumplida, a soñar con una hermosa vuelta y un caluroso hasta siempre.
El viaje de vuelta no me genero tristeza, nada de lagrimas, si no una sensación de que ese fue recién el comienzo de algo importante, el principio de un cambio, de una nueva manera de sentir la vida.
Emprendí el regreso con la mochila cargada de paz y templanza, valores que no abundan en un mundo plagado de ansiedad, caos e intolerancia, enriqueciendo mi espíritu de manera superlativa. Es incalculable el aprendizaje recibido durante toda la aventura por ello sentí que toda esa enseñanza puede continuar con el tiempo.
Hoy sentado en la confortable cama de mi hogar comprendo el valor de lo que uno tiene a disposición. Esa falta de necesidades básicas es la que me llevo a comprender todo lo que tenemos y no sabemos apreciar.
Los agradecimientos en este pequeño compendio de ideas podría ser de tantas hojas como palabras escritas aquí, pero solo voy a agradecer en general y este gracias es para todos los hermanos sudamericanos, desde Ushuaia hasta Venezuela. Es un reconocimiento a nuestra tierra, en donde he podido encontrar gente hospitalaria, sabia, calida y agradecida, demostrando que la posibilidad de un continente con tantas riquezas naturales y humanas puede resurgir como una gran potencia. Los 13000 km recorridos conviviendo con diferentes pueblos, razas, etnias y religiones fue la manera más perfecta de recorrer realidades distantes pero a la vez cercanas.
No terminare esta hoja de ruta diciéndoles todo lo que aprendí y sentí, solo puedo decirles que lo vivan ustedes mismos, que la sensación de conocer, aprehender, tolerar, escuchar y disfrutar un poco de uno mismo es algo mágico. Una gran cantidad de gente que cruzo mi camino en el viaje fue en busca de una introspección que con mucho esfuerzo he logrado conseguir y supongo que esas personas también lo han hecho con éxito. Esa búsqueda interior que todos deberían perseguir llega en un instante fundamental en mi vida y hoy puedo decir que me siento renovado, en paz conmigo mismo como con los demás.
En cuanto a la manera de armar este cuaderno de viaje, he optado por acomodar las experiencias de manera desordenada, sin una estructura, de alguna manera refleja la manera de sentir y vivir el viaje.
Con respecto al motivo de este cuaderno, quiero dejar en claro que este compendio ha sido escrito para ustedes y si por alguna razón comprenden o sienten un poco de lo que intente transmitir entonces me veré aun mas realizado. Lo hermoso de esto es que el que me lea pueda vivir el viaje a través de mis palabras.
Por ultimo quiero dejar una reflexión a manera de conclusión, con lo que he logrado tomar de mi experiencia recorriendo tierras andinas. Recuerden que la vida es hermosa, olviden lo malo, olviden lo mucho, recuerden lo poco y disfruten lo bueno; amen, toleren, comprendan, gocen, vivan!, que el camino puede estar lleno de aventuras. Estén preparados para todo, porque todo es posible; no renieguen, no griten, que con susurrar alcanza, no insulten que con explicar se puede. En fin, busquen la paz dentro suyo, búsquense, encuéntrense y verán que lindo es vivir.
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